MAURICE BLANCHOT 
El último hombre

ISBN: 84-930708-8-2
Año: 2001
Páginas: 112
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 13  €

Libros del último hombre, 3

Traducción:
Isidro Herrera

EL AUTOR Y SU LIBRO:

Un hombre de treinta y ocho años, a quien llaman «el profesor», habitante de una especie de sanatorio —pero eso nunca se sabrá—, es identificado por el narrador (por quien en el relato dice «yo» refiriéndose a «él») como «el último hombre», al que, dice, primero conoció «muerto, y después moribundo». La distancia entre «él» y «yo» la llena «ella», una mujer joven que media de un modo misterioso en la relación que se establece entre ellos. La irrupción de la muerte dentro del relato propiciará un desenlace que siempre quedará por interrogar.

El último hombre es el relato de lo que se trama en torno a la anomalía que para el narrador constituye la figura de ese «él» que no alcanza a ser tercera persona, sino nadie: un perfecto desconocido, el vacío o la ausencia presentidos detrás de aquella persona. ¿Qué le ha empujado al «último hombre» a ese estado de extremo desamparo, que es como la situación en que se hallaría alguien que se viera obligado a pedir «eternamente auxilio» sin acertar a decir donde se encuentra y a quién se debe auxiliar? Todo indica un tormento infernal, tormento al que se ve sometido quien ha muerto en un instante que pertenece «ya siempre» al olvido, porque su muerte se ha producido «ya siempre» en un pasado que nunca fue presente y que, por ello, hurta permanentemente el acontecimiento de una muerte sin porvenir, que «aún no» se produce, a falta de presente para ella.

No obstante, por serio que sea lo que dice El último hombre, más seria es la tarea, finalmente indecible, en que está empeñada su escritura. Una escritura —la de Maurice Blanchot— que no es, pese a las apariencias, oscura, y que no se complace en el secreto o la trampa tendida al lector, sino que carga, con toda conciencia, con el rigor y la exigencia del escribir, convertido éste en el único espacio hábil para contener la seriedad que nunca podrá ser suficiente explorada de un empeño que, además, le es transmitido inmediatamente al lector.

 

«Maurice Blanchot, novelista y crítico, nació en 1907. Su vida está por entero consagrada a la literatura y al silencio que le es propio». Durante mucho tiempo esta única nota daba cuenta de la ausencia de biografía que caracterizaba a quien había decidido borrarse él mismo, para corresponder con ese borrado a la exigencia de vacío que viene de la propia literatura, y que en vano se intentaría llenar con los datos que integran la vida de un autor. Tiempo después, esa misma nota parecía decir demasiado y ha desaparecido, como si cualquier noticia de su vida, por muy relevante que fuere, sólo sirviera para disimular el acontecimiento de su desaparición, el cual, a pesar de la curiosidad y la impaciencia en que se empeña cierto saber, debe ser siempre preservado, es decir, distinguido de su muerte, que cuando se produzca no ha de encontrar a nadie para morir.


De El último hombre es difícil hablar, hasta tal punto este libro escapa de los límites en que la mayoría querría permanecer. Pero quien acepte leerlo percibe que estaba dentro del poder de un hombre el encomendar el pensamiento, en un libro, al movimiento que lo libera de sus límites. Con la condición de arrostrar una amenaza. No solamente al autor se le solicita la fuerza de afrontar eso: ¿escaparía el lector a la prueba inevitable?

Georges Bataille

Toda la obra novelada de Blanchot baña en esta atmósfera de una realidad de lo irreal, de una presencia de la ausencia que es pesada, como la atmósfera de tras la muerte en que Blanchot nos introduce. [...] Posición contra natura del escritor, retroactividad interminable de quien borra sus huellas y las huellas que deja el borrado de sus huellas. A imagen, pero por oposición, de un fuego que consume un zarzal que no alcanza a consumir, como si se alimentara de su propio calor.

Emmanuel Levinas

Las figuras de las ficciones de Blanchot están dibujadas en la grisalla de lo cotidiano y lo anónimo; y cuando dejan lugar a la maravilla, ésta no se halla en ellas, sino en el vacío que las rodea, en el espacio donde están depositadas sin raíz y sin pedestal. Lo ficticio no está nunca en las cosas ni en los hombres, sino en la imposible verosimilitud de lo que hay entre ellos: encuentros, proximidad de lo más lejano, absoluto disimulo allí donde estamos. Luego la ficción no consiste en hacer ver lo invisible, sino en hacer ver hasta qué punto es invisible la invisibilidad de lo visible.

Michel Foucault

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