COLECCIONES:

PHILIPPE LACOUE-LABARTHE
La poesía como experiencia

ISBN: 84-95897-37-7
Año: 2004
Páginas: 148
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 14 €

Tiempo al tiempo, 8

Traducción:
José Francisco Megías


 

Ante Heidegger, el pensador —el pensador alemán—, Celan, el poeta —el poeta judío— acude con un único aunque preciso ruego: que el pensador [...] pronunciara una palabra, una sola: una palabra sobre el dolor. A partir de la cual, quizás, todo pudiera aún ser posible. No tanto la «vida» (siempre es posible, es bien sabido, incluso en Auschwitz), como la existencia, la poesía, el habla. La lengua. Es decir, la relación con el prójimo.

Desconozco qué palabra esperaba Celan. No lo sé. Algo me dice, sin embargo, que se trata de la palabra más humilde, de la más difícil de pronunciar; de aquella que exige justamente «salir fuera de sí»,— esa palabra que todo Occidente, con su pathos redentor, no ha sido capaz de pronunciar, y que aún tenemos que aprender a decir, pues estamos sin ella condenados a desaparecer: la palabra perdón.

  Philippe lacoue-Labarthe

El exterminio ha inaugurado —en su imposible posibilidad, en su inmensa e insostenible banalidad— el después-de-Auschwitz (en el sentido en el que lo interpretara Adorno). Celan: «la muerte es un maestro que viene de Alemania.» Se trata de la imposible posibilidad, de la inmensa e insostenible banalidad de nuestro tiempo, — de este tiempo (dieser Zeit). Podrá uno mofarse permanentemente de la «miseria», pero somos los contemporáneos de aquello: la culminación de lo que Nous y ratio, como Logos —armazón, todavía hoy (heute), de lo que somos—, no habrán podido evitar significar: que el asesinato es lo primero con lo que hay que contar; que la eliminación es la forma más segura de identificación. Sobre este fondo sombrío, aunque de «luz», se alza por doquier la realidad que no alcanza más que a lo inmundo de un mundo en adelante mundial. Dejando a un lado los acontecimientos más evidentes, nada, ni tan siquiera la más simple, la más desoladora de las historias de amor, podrá sustraerse a esta oscura condición de la época: cáncer del sujeto, ego o masas. Negarlo con el pretexto de no caer en el pathos, es puro sonambulismo. Transformarlo en pathos, para hacer «todavía» arte (sentimiento, etc.) es inadmisible.

La pregunta que quiero plantear —la más brutal posible, quizás odiosa— es la siguiente: ¿Pudo Celan, no tanto situarse, sino situarnos frente a «eso»? ¿Estaba todavía la poesía —y si era así, qué poesía, qué como acto de poesía— capacitada para ello? No deja de ser una forma, en retroceso (y retrocediendo ahora un gran número de peldaños, replegándose sobre aquello mismo que estuvo en su origen), de repetir la pregunta de Hölderlin: Wozu Dichter...? En efecto, ¿para qué?

 

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