Que los historiadores y los críticos de arte tengan a bien perdonármelo: en este opúsculo donde se toman ampliamente en cuenta los deslumbrantes «escritos poéticos» de Picasso, el nombre propio del pintor no se aplica tanto a un individuo social e históricamente identificable como a una determinada manera de desear. Más exactamente, a lo que «Picasso» remite es sólo al deseo arrebatado de crear, tal como éste se impone generalmente al artista de genio.
Inscribiéndome en esta perspectiva emblemática he querido mostrar cómo, a semejanza del famoso héroe de Alfred Jarry, André Marcueil llamado «el Supermacho», Picasso se habrá decidido a volver «picaresco» el arte del siglo XX, ya en la punta de una pica.
Debemos a Jarry, a quien Picasso admiraba por encima de todo, un texto que por otra parte perfectamente podría servir de epígrafe a esta especie de «retrato imaginario» que es Picasso pícaro picador: «Un cerebro de verdad original funciona exactamente como el estómago del avestruz: todo le viene bien, pulveriza las piedras y tuerce pedazos de hierro. Que no se confunda este fenómeno con la facultad de asimilación, que es de otra naturaleza. Una personalidad no asimila nada, deforma; mejor dicho, transmuta, en el sentido ascendente de la jerarquía de los metales. En presencia de lo insuperable —de la obra maestra—, no se produce imitación, sino transformación».
Paul Audi