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Observo el cuaderno. Es un cuaderno de tapa dura, forrado en piel negra. Sí, no he tenido otro igual, ni volví a escribir anotaciones en ningún otro viaje. Paso sus hojas. Leo en él. Me sorprende la ausencia de correcciones.
Y leyendo hoy este mensaje que manifiesta una esperanza de ser recogido, una esperanza explícita, se aprecia con toda claridad ese lugar desprovisto de autorización desde el que escribía. Quizá con ello esperaba otorgarle, en ese acto, creo que tan valiente entonces como fallido, la acogida anhelada. Volví los ojos al cuaderno y comencé a escribir:
Palabras desalojadas [...] |