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MAURICE BLANCHOT
En el momento deseado
ISBN: 84-95897-51-0
Año: 2004
Páginas: 90
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 13 €
Libros del último hombre, 20
Traducción:
Isabel Cuadrado
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EL AUTOR Y SU LIBRO: |
En el momento
deseado es el segundo de la serie de cinco relatos escritos por Maurice
Blanchot (1907-2002): La sentencia de muerte (1948); En el momento
deseado (1951); Quien no me acompañaba (1953); El
último hombre (1957); La espera el olvido (1962). Sin ser
relatos de misterio, a todos los embarga el misterio, todos ellos se
esfuerzan por contenerlo, por divulgarlo incluso. Sin embargo, como una
advertencia lanzada hacia la desenvoltura de una literatura
ingenuamente dedicada a contarle la verdad al lector, en tales relatos,
ese misterio se da, pero no se entrega. Relatos de misterio, lo
propagan, pero sin conceder nunca unas claves que lo
desentrañarían (porque nadie tiene esas claves);
escritos en clave de misterio, al escribirse se ponen a su altura,
llegan hasta él, pero, fieles a él, se
prohíben disolverlo (porque lo que ellos dicen
está fuera del poder de decir). Una vez entrado en ellos,
piérdase toda esperanza...
No debe extrañar por tanto que ante la ínfima
peripecia que se narra en El momento deseado el lector experimente un
evidente desconcierto. Hay quien escribe para desconcertar al lector y,
si lo hace con arte, conseguirá su aplauso. Los relatos de
Maurice Blanchot traen consigo el desconcierto, pero no esperan algo
distinto de él, no quieren que el desconcierto les lleve a
otra cosa. Quieren y esperan ese desconcierto mismo del lector para que
ellos puedan haber empezado a traerlo consigo, quedando
aquél doblemente desconcertado. Entonces, el lector ha de
descubrir que nunca se le dio tanto sin propiamente darle nada.
¿Qué les ha podido suceder a los personajes de En
el momento deseado para que el narrador en el momento de escribir
acerca de los acontecimientos en los que él mismo ha
intervenido no sea capaz de sujetarlos a una historia en la que
hubieran podido avanzar en línea recta hacia su destino
previsto de simples imágenes creadas? Ahora bien, llegados a
este punto, la pregunta es otra: ¿Puede nuestra sensatez
proponerse pensar la anterioridad de una imagen —que,
así pensada, sería originaria— con
respecto a aquello que es imaginado? Si el modo de proceder de la
literatura abre el espacio para que suceda esta transición
de lo imaginado a la imagen, permitiendo la elaboración de
un relato donde se narre el encuentro —que, así
pensado, no puede producirse en el interior del relato— con
algo infinitamente anterior, con eso que por su naturaleza de imagen
originaria ha de desplazarse hasta el infinito por delante de todo, hay
que decir que un encuentro de esa naturaleza tendría sin
duda lugar «en el momento deseado».
El instante es entonces el centro ausente de este relato donde la
progresiva despersonali-zación de sus personajes (un hombre
y dos mujeres) los va reduciendo a la transparencia de la luz que los
ilumina, a la semejanza consigo mismos que avala su
condición de imágenes, a la ausencia a
través de la cual se escurre una presencia que, no obstante,
se resiste a desaparecer. Relato de un instante en busca del instante
del relato, un relato que parece discurrir hacia un pasado cada vez
más antiguo y que bruscamente, a la par de sus
últimas páginas, desemboca en el presente, al
acecho de la presencia de aquello que eternamente vuelve: el eterno
retorno de un instante presente y ausente, el mismo y no el mismo.
¿Es así posible concluir? Parece que falta el
tiempo en que sea posible narrar la falta de tiempo, hasta que
finalmente la falta de tiempo, ella misma, aparece.
¿Cuándo? En un punto ciego que lo sustrae todo a
la mirada a la vez que él mismo se sustrae por completo, en
ese instante en que se hará el «ahora»,
justamente con la última palabra con que se cierra el
misterio de este relato: «ahora, el final».
De este relato, uno solamente desearía decir que
lo que cuenta es verdad. Pero él también es la
cercanía de ese momento en que no hay nada que sea
verdadero, de ese punto en que no se revela nada, en que, en el seno
del disimulo, hablar no es aún sino la sombra del habla, ese
murmullo incesante e interminable al que hay que imponer silencio, si
finalmente queremos hacer que sea escuchado.
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VOCES DE LA CRÍTICA: |
Temo que para la mayoría de los lectores de
Blanchot, su nombre sugiera un mundo de angustia o de esa
reflexión que la angustia encierra. Debo reconocer, en
efecto, acerca de la manera de expresarse del autor que es natural que
ella alimente tal sentimiento. En verdad, tal literatura
está efectivamente hecha para decepcionar en todos los
sentidos. Se impone por un dominio que la literatura raramente alcanza,
pero es de temer que una vez reconocido este dominio el lector se queje
de no ver mejor: de no ver en absoluto lo que el autor quiere decirle.
Esta impresión no está justificada. Pero es
inevitable.
Georges Bataille
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