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Acontecimientos mundiales hemos tenido muchos, desde la
muerte de Diana al Mundial de fútbol — o acontecimientos
violentos y reales, desde guerras a genocidios. Pero un
acontecimiento simbólico de envergadura mundial, es decir, no sólo
de difusión mundial, sino que ponga en jaque la propia
mundialización, ninguno. A lo largo del estancamiento de los años
90 fue la «huelga de acontecimientos». Pues bien, se acabó la
huelga. Los acontecimientos han dejado de hacer huelga. Con los
atentados de Nueva York y del World Trade Center estamos incluso
en relación con el acontecimiento absoluto, la «madre» de los
acontecimientos, con el acontecimiento puro que concentra en sí
todos los acontecimientos que nunca tuvieron lugar.
Que hayamos soñado este
acontecimiento, que todo el mundo sin excepción lo haya soñado,
ya que nadie puede no soñar la destrucción de cualquier poder
que se convierte en hegemónico hasta ese punto, eso es
inaceptable para la conciencia moral occidental, y sin embargo
es un hecho, cuya medida la da la patética violencia de todos
los discursos que quieren borrarlo.
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Los
tres textos incluidos en la edición francesa de Power Inferno («Réquiem por las Twin Towers», «Hipótesis sobre el
terrorismo» y «La violencia de los mundial») son la
prolongación de El espíritu del terrorismo, aparecido
en Le Monde el 3 de noviembre de 2001, primero publicado como
libro independiente y ahora unido a ellos en la nueva edición
española de Power Inferno. Enriquecida además con el
posterior «La máscara de la guerra», publicado pocos días
antes del ataque a Irak, que a su vez extiende la misma reflexión
acerca del «infierno del poder».
No se trata de reactualizar el
acontecimiento del 11 de septiembre. Por su potencia, éste ya
estaba más allá de la actualidad. Sumergida por él, aún la
domina.
No hay orden lógico ni cronológico en estos textos: sólo el
capítulo «Réquiem por las Twin Towers» se relaciona con una
intervención en Nueva York en enero de 2002.
El propósito es desprender el
acontecimiento de la ola de intoxicación moral y política que
lo ha sumergido desde entonces, y restituirle su poder simbólico
— pues en lo que respecta a su «verdad», ésta permanece
para siempre inaprensible.
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