Mi cuerpo y yo

GÉRARD DE NERVAL 
Los iluminados

Con un texto de Juan José Álvarez Galán:
Una introducción que justifique todo esto

ISBN: 978-84-95897-44-X
Año: 2006
Páginas: 260
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 18  €

Libros del último hombre, 19

Traducción:
Juan José Álvarez Galán

EL AUTOR Y SU LIBRO:

Con Los iluminados Gérard de Nerval (1808-1855) ha escrito su particular Elogio de la locura, ese libro que, según sus propias palabras, «no todos pueden escribir». Propósito desde luego chocante, porque tal vez el menos indicado para hacerlo se diría que es el propio Gérard de Nerval, que ha conocido desde 1842 la quiebra de su salud mental acompañada de sucesivos internamientos que se agravan a partir de su vuelta de Oriente en 1849. 

A su regreso a París, acuciado tanto por la melancolía como por crecientes problemas económicos, se ve obligado a dar un nuevo impulso a su carrera literaria. Van a ser cinco años de frenética creación literaria a la par de su progresivo deterioro, al final de los cueles está Gérard de Nerval colgado de una reja en un callejón de París. En ellos va a escribir sus obras más conocidas. Entre ellas se encuentra la más olvidada, pero no la menos importante: Los iluminados cuya publicación data de 1852. Un libro perfectamente sensato acerca de unas más que variopintas locuras.

Los iluminados es un libro concebido como una galería de retratos donde en cada uno de los personajes retratados se mezclan formando una extraña amalgama el «filósofo extravagante y desconocido», el «loco literario» y el «precursor del socialismo». Personajes todos ellos fuera de lo común, fundadores de hermandades, miembros de sociedades secretas, místicos exaltados, reformadores sociales y escritores excesivos (como, por ejemplo, Restif de la Bretonne, que escribió más de doscientas obras de considerable tamaño); vidas extraviadas, apasionadas y enloquecidas, que le van a dar a Gérad de Nerval la oportunidad tanto de simpatizar como de ironizar acerca de destinos estrafalarios y magníficos, pero también de puntuar su pensamiento político y su vocación literaria.

Libro que va a quedar situado en un injusto segundo plano a causa de la enormidad de los que inmediatamente después Nerval va a publicar. En él vuelca su enorme arte de la sutileza literaria con páginas a veces irregulares (en algún caso traduce directamente de fuentes ajenas, como las alemanas) pero muchísimas veces magistrales, como sucede con uno de sus capítulos más celebrados — «Las confidencias de Nicolás» — en donde, para muchos, Nerval lleva a un elevado punto de perfeccionamiento poético la narración libertina del siglo XVIII. 

En Los iluminados se entra como en un museo.


 

No todos pueden escribir el Elogio de la locura; pero sin ser Erasmo — ni Saint-Évremond — podemos disfrutar sacando de entre el enjambre de los siglos alguna figura singular que nos esforzaremos en recrear ingeniosamente, restaurando viejos lienzos cuya composición extraña y colores cascados hacen sonreír al aficionado común.

    En estos tiempos en los que los retratos literarios tienen cierto éxito, yo he querido retratar algunos excéntricos de la filosofía. Lejos de mí la idea de querer atacar a aquellos de entre sus sucesores que sufren hoy día por haber intentado con demasiada imprudencia o demasiado pronto la realización de sus sueños. Estos estudios, estas biografías, fueron escritas en diversos momentos, pero deben unirse en la misma serie.

Estas reflexiones me han llevado a desarrollar sobre todo el lado divertido y quizá instructivo que podían ofrecer las vidas y el carácter de mis excéntricos. Analizar las rarezas del alma humana es fisiología moral, y eso vale ampliamente el trabajo de un naturalista o un arqueólogo; y, puesto que lo he empezado, solo me arrepentiría de dejarlo incompleto.

    La historia del siglo XIX podía sin duda continuar sin estas anotaciones, pero también puede ganar con ellas algún detalle imprevisto que el historiador escrupuloso no debe obviar. Esta época nos ha contagiado más de lo que cabía imaginar. Si ha sido para bien o para mal, ¿quién lo sabe?

    Mi pobre tío decía siempre «siempre hay que morderse la lengua siete veces antes de hablar»

    ¿Qué deberíamos hacer antes de escribir?

Gérard de Nerval

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