Porque
hay que aprender a reconocer al enemigo. Y además de lo
teológico político cristiano y el espíritu de revancha alemán
después de 1918, lo trágico en que Alemania se hundió en esos
años veinte-treinta, lo que domina y fusiona todos esos
elementos, que formaron la concepción y la ejecución de la
solución final, en el nacional-socialismo, y que termina por
cubrirlos, es el nacional-esencialismo. El enemigo de la vida,
de los vivos, es el esencialismo.
Hay que aprender, algo que, en la
medida de lo que he podido ver, los especialistas del
pensamiento nunca llegaron a pensar, el efecto ético y político
del realismo lógico y del nominalismo. El nominalismo de los
vivos, no solamente de las palabras. Pero se juega en lo que se
hace con las palabras. Entonces hay que aprender a leer de
nuevo. Para situar y situarse. Aprender a oír. Si no se lee a
Heidegger como un nacional-esencialismo, no se lee a Heidegger.
Somos leídos por Heidegger.
Cuando se lee a Heidegger
como una yuxtaposición de la filosofía y la política, ya sea
para exaltar al pensador y minimizar al nazi insignificante, ya
sea para hacer lo inverso, en los dos casos planteo que uno no
lee a Heidegger. En los dos casos, pero de manera diferente, se
pierde el por qué y el cómo de aquello que en Heidegger forma un
conjunto, su pensamiento y su relación con lo político de su
tiempo.
Henry Meschonnic