La guerra retorna y los europeos se quedan perplejos: la creían una cosa de otros tiempos y otros lugares («atrasados»). En verdad nunca se fue, aunque conozca periodos de tregua. Es el principio constituyente de la modernidad: hacer «tabula rasa» de lo que hay para edificar lo que debe haber. El motor del progreso según Hegel.
Vivimos pues bajo el signo del apocalipsis, lo que André Glucksmann llama en ese libro «la religión de la guerra».
Resulta ingenuo negarla, no verla, no pensarla, confundir paz y tregua. Podemos, eso sí, aprender a sabotearla. No ceder a la lógica sacrificial de los débiles. Desertar el imaginario apocalíptico del todo o nada. Desconfiar del poder y ponerle límites. Resistir.