En 1943, Robert
Antelme, joven de veintiséis años, redactor en el Ministerio de Información francés, entra en la Resistencia. La amistad decide por él. «No fuimos héroes», recordará Marguerite Duras, casada en aquella época con
Antelme, «la Resistencia vino a nosotros porque éramos gente honrada». En 1944 es detenido por la Gestapo y deportado a Alemania, al igual que su hermana
Marie-Louise. Buchenwald,
Gandersheim y Dachau son las etapas sucesivas de esa deportación. En El dolor, Marguerite Duras narra los días de abril de 1945 consumidos en la espera de
Robert, en la pesadilla sobre su retorno. Hallado en Dachau, presencia sin identidad («un Ecce homo sin sujeto, muestra de nadie, muestra no de un hombre, sino el Hombre reducido a su esencia
irreductible», escribirá mucho más tarde Dionys Mascolo), es sacado del campo por sus amigos. Durante el viaje de regreso, «infernal y maravilloso», en una fiebre, no parará de hablar. «Habla sin fin», habla sofocada y sofocante por querer decir la indecible verdad que lo humano entraña. Un año después, retornado a la carne, trabaja en la escritura de La especie humana, libro publicado por vez primera en 1947.
Escrito con una sobriedad «a ras de las cosas», La especie humana es un relato marcadamente antiliterario, o bien de pura literatura. Desarmada escritura del desastre que pone de manifiesto, en palabras del propio
Antelme, «como sola y última reivindicación, un sentimiento último de pertenencia a la especie».
Comunidad de la especie así afirmada que, lejos de reintegrarnos en una presencia tranquilizadora de lo humano para consigo mismo, nos asedia y obsesiona a modo de un deshacimiento infinito. Como lo leerá
Mascolo: «El SS no es diferente de nosotros. La inocencia personal, por muy profunda que se la suponga, nada vale al lado de esa solidaridad forzosa con la especie como portadora de mal, de muerte, de fuego. No hay humanismo en eso. ‘Nuestro hermano SS’, podría decirse … para decir la inhumanidad que hay en el hombre».
En 1946, Antelme, «comunista» anterior a toda militancia, ingresa en el Partido, del que se verá excluido en 1950. Contrario a la continuación de la guerra en África del Norte, es uno de los firmantes del llamado «Manifiesto de los 121», una Declaración sobre el derecho a la insumisión en la guerra de Argelia, en cuya redacción final interviene decisivamente Maurice
Blanchot: «La negativa a servir es un deber sagrado». En 1968 es miembro del Comité de acción de estudiantes y escritores. Padece una hemiplejía desde 1983, y muere en 1990.