COLECCIONES:
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PIERRE KLOSSOWSKI
Orígenes cultuales y míticos de cierto comportamiento de las damas romanas
ISBN: 84-95897-49-D
Año: 2006
Páginas: 72
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 9,75 €
Tiempo al tiempo, 10
Traducción:
Isidro Herrera
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Las figuras del mundo mítico están sujetas a una constante interpretación de la existencia a partir de la libido: interviene una especulación (en el sentido de la visión en el espejo) que separa cada vez más la voluptuosidad de su función propiamente animal: la procreación, con su original referencia al cosmos, a la potencia creadora, claudica ante la experiencia de lo turbio, ante el éxtasis; en los misterios los contenidos del mito, las imágenes del orgasmo, asociadas a las de la muerte y de la resurrección, se convierten en símbolo premonitorio de la inmortalidad.
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La procreación es útil para la prosperidad temporal del Estado, pero las divinidades que la presiden y que exigen la fecundidad exigen sacrificios y precisamente representaciones: a través de éstas revelan que no son solamente identificables con la procreación, sino que, en cuanto que son su principio, presuponen la existencia, que por ser eterna es inagotable; eterna por carecer de meta, y por tanto inútil.
Este aspecto, tremendo para el Estado que sólo puede subsistir si se propone una meta en el tiempo y en el espacio, debe por tanto permanecer oculto tras la forma de imágenes lo suficientemente ambiguas como para que la raza no caiga presa del vértigo de la inutilidad de la existencia: la atracción del vértigo reside en el acto sexual y lo supera infinitamente hasta tomar las formas de la divinidad; tiene que intervenir un equilibrio, una compensación mutua entre los esfuerzos por construir y la atracción constante de la destrucción; este equilibrio, esta compensación determinan un doble comportamiento con respecto a lo divino que dispensa la vida y amenaza con recuperarla si ella a cambio no es despilfarrada; en los cultos el Estado invoca la divinidad para que ella se reconozca en las metas que el Estado persigue; en contrapartida, en las representaciones solemnes, éste pone su propia actividad en tela de juicio y acepta que sus sujetos imiten lo que, en la divinidad, es contrario a las costumbres, para conciliarse con ella. En otros términos, él compra su orden propio pagando su tributo a los «desórdenes» de los dioses.
Pierre Klossowski
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