COLECCIONES:
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LOUIS-RENÉ DES FORÊTS
El charlatán
ISBN: 978-84-95897-17-2
Año: 2004
Páginas: 96
Formato: 149 x 220 mm
Precio con IVA: 13 €
Libros del último hombre, 12
Traducción:
José Antonio Guerrero Reyna
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EL AUTOR Y SU LIBRO: |
Desde su publicación en 1946, habiendo conocido dos nuevas
ediciones en 1963 y en 1973, El charlatán ha suscitado la admiración unánime de
los críticos más exigentes. No menos, sin embargo, que la
singular reserva en que su autor, Louis-René des Forêts
(1918-2000), ha sabido mantenerse.
Lo que de turbador hay en El charlatán es que puede
considerarse un relato sostenido en un único artificio, que
recuerda la vieja paradoja y que alude a la más explícita
verdad de la literatura: «miento». Embebido de literatura, El charlatán no disimula los modelos evidentes de
relatos semejantes a él, como los de Dostoievski y de Kleist.
Pero, a diferencia de éstos, El charlatán no es la profundización y puesta al día
de un personaje arquetípico. Contiene el monólogo de un único
personaje, pero éste, finalmente, no parece ser sino esa misma
habla del parlanchín convertida en la cáscara vacía de la
que, expulsados por la espiral violenta de un charloteo que con
su movimiento de succión lo amenaza absolutamente todo, han
desertado todos los personajes. Empezando por ese Louis-René
des Forêts, obligado por su relato a permanecer en el lugar de
indistinción que le asigna el prodigioso poder de mentir que
esas mismas palabras suyas, liberadas de su sujeción a un
proyecto positivo, convertidas en literatura, detentan
soberanamente.
Narración de un charlatán, El charlatán se convierte
en su relato. Contando con ello, ¿qué impide que el efecto
contagioso de la ficción contamine no sólo a los personajes
que cobran vida —o muerte— dentro del relato, sino a los
mismos autor y lector, que, confundidos sus papeles, se ven
amenazados sin remisión de convertirse en pura sustancia
discursiva? ¿Qué sabemos finalmente de quien escribe? ¿Qué
sabemos incluso de quien lee, de ese lector a quien el «Vd.»
de El charlatán pone infranqueablemente lejos del alcance no
sólo de quien, al escribir, le ha dado vela en ese entierro,
sino de quien, al leer, puede perfectamente sentirse ajeno a ese
que sin duda no es él (porque «él», realmente él, sólo lo
es quien escribe)?
El charlatán habla, y ciertamente no importa lo que dice, pero
no es tan sólo un hablador, es decir, alguien apasionado por
los discursos que, incluso, para satisfacer su vicio de hablar
sin parar, podría hacerlos en solitario; el charlatán vive la
pasión del hablador, pero, al contrario que él, necesita un
oyente. Nadie charla solo, la charla se comparte, aunque el
otro, ahogado en palabras, permanezca mudo. La charla, siempre
con alguien, no es tampoco conversación: quien charla sólo en
bruto pretende comunicarse; a la charla, que pide un oído
atento, antes que nada le conviene enfrente el silencio.
Sin freno, porque quien la escucha está ahí para suscitarla,
la palabra charlatana arrastra consigo toda el habla, no sólo
como vehículo de todas las palabras —en sí furiosamente
charlatanas—, sino de la nada que ese mismo lenguaje
ininterrumpido es capaz de contener y de transmitir. La
desgracia del charlatán es que cuanto más construye su
universo de palabras, más ahonda en la destrucción y más se
acentúa su trato íntimo con el silencio y la muerte.
Cada uno de mis personajes está encerrado en
una soledad inexorable. El monólogo en que se extiende expresa
un punto de vista incomunicable. Bien que se asocie a los demás
por su acción o que permanezca amurallado dentro de una
obsesión solitaria, su destino es avanzar por la vida como por
un estrecho túnel del que busca desesperadamente salir y del
que habla para él solo. En ese sentido el modo profundo de su
lenguaje es el monólogo: no puede ser el diálogo.
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VOCES DE LA CRÍTICA: |
El charlatán es un relato embrujador, sin magia, no obstante. Para nosotros, para la gente de una era sin ingenuidad, es el equivalente a una historia de fantasmas. Algo espectral lo habita; un movimiento se ventila en él, de donde nacen todas las apariciones. Solamente que hay que entenderlo en el sentido estricto: un puro relato de fantasmas donde hasta el fantasma está ausente, de modo que quien lo lee no puede permanecer aparte de tal ausencia y se le reclama que o bien la sostenga, o bien la disipe, o bien la sostenga disipándose en ella por un juego de atracción y de repulsión del que no sale intacto. Pues lo que viene a atormentarnos no es tal o cual figura irreal (que prolongue más allá de la vida el simulacro de la vida), es la irrealidad de todas las figuras, irrealidad tan extensa que afecta tanto al narrador como al lector y, finalmente, al autor en sus relaciones con todos aquéllos a quienes podría hablar a través de este relato.
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